El abuelo, el nieto y el cura
Queridos amigos:
Gracias a la atracción en la que me tenía envuelto de niño, mi abuelo
siempre ha sido para mí un motivo de inspiración literaria. De hecho,
creo que la primera vez que cogí en serio una pluma fue para escribir un
cuento en el que se reflejaran ciertos aspectos de su vida que me
resultaban especialmente atrayentes.
Después imaginé un poema sobre su muerte que quedó recogido en el
libro “Tierra conmovida”. Dejo aquí unos párrafos del cuento para
facilitar, si cabe, la comprensión del poema.
Fragmentos preliminares de “El abuelo”
Mi abuelo, además de una cara simpática, tenía un mueble de rinconera
para guardar sus secretos. Su cuarto era grande, sobrio, misterioso…
Aquella manta casera que cubría la cama, el escapulario que siempre
pendía del enorme cabezal, el crucifijo colgado de la pared, las
contraventanas de roble entornadas, el suelo recubierto de irregulares
maderas, la mesita de noche, la misteriosa mesita de noche donde mi
abuelo colocaba la vela o el farol o el viejo candil de aceite para
leer… También recuerdo aquel arca, aquella madera de generaciones,
fantasmal, grande, aquel baúl pesado del que yo siempre esperaba que
salieran los muertos…
Sí, su cuarto era el recinto de las almas en pena, la magia que envuelve
los misterios de la noche, la caja de las ánimas… Y aquel viejo mueble
de rinconera, aquella dependencia mágica donde guardaba sus libros ¡Ay!
Las coberturas negras de sus libros, la enlutada encuadernación de tanto
misterio. Ese era el límite de mi curiosidad. Allí me plantaba yo,
atraído y repulsado por lo posible-imposible. Allí había un letrero que
decía: no pases, con letras encantadas, temblorosas. Allí empezaba el
mundo de los espíritus, de las fuerzas invisibles, de los poderes
ocultos. Allí fundaba yo la existencia de los milagros… la concepción de
la carne por medio de las ventosas, la espantada del dolor mediante las
friegas, la predicción del futuro de los recién nacidos en función de
la menudencia de los estornudos…
Allí estaban los demonios, las brujas, las reuniones secretas, las
presencias invisibles, la explicación de los remolinos de viento… Allí
estaba el poder de la secta, los espiritistas que lo envolvieron durante
sus años en Cuba, los espiritistas de los que huyó cuando se vino a su
patria, de los que no pudo huir, ya nunca, ni siquiera con la ayuda de
Dios en la solemnidad de las misas concelebradas de las fiestas. Cruces y
demonios, fantasmas y ritos, cabras y corderos. Magia, magia… Comunión
con la muerte, conversaciones con las almas de los desaparecidos.
Tormentos de la imaginación, persecuciones, cantos y liturgias,
engendramientos de invisibles demonios: “Esa alma que llevas en el
vientre será la perdición de la casa. La engendró Satanás”. Y también
santos remedios para la curación de los males: derramamientos de ceras,
invocaciones a los espíritus, quema de estopas, responsos, viáticos
caseros, imprecaciones y exorcismos: “Ah, Satán, yo te arrojo al averno
de las ceras hirvientes, yo te arrojo del alma de las criaturas
inocentes” “Ah, Satán, cébate en la sangre de esta cabra que para ti
sacrifico. Huye de esta casa donde se adora a Dios, tu Señor”…
Mi abuelo era alegre como el rabo de las lagartijas, pero también era
triste como los ojos de un perro. Viajaba de las alturas de Dios a las
profundidades del Demonio. Estaba en comunicación directa con los
espíritus malignos, los hijos de Satán, pero también se sentía atraído
por el poderoso imán de los ángeles. Iba a la Iglesia de Dios y adoraba a
Dios y al Diablo; hasta creo que llegó a confundirlos en una misma
persona…
El poema:
El abuelo, el nieto y el cura
Tomó con prisa la calle
y fue a la casa del cura:
-Señor, se muere el abuelo
y está en pecado, sin duda.
Sin duda tiene el demonio
y a usted le pete la cura.
-¿Es él quien manda el recado?
-Es cuenta mía, no suya.
-Y el curandero, ¿qué dice?
-Ya le ha mandado una purga.
-¿Se la ha tomado?
-Parece.
-¿Y no hay mejora?
-Ninguna
-Es yerba mala, tu abuelo.
-Señor, la trajo de Cuba.
Miró a la cara del mozo
Por ver si hablaba de chunga:
-Yo me refiero a la casta,
y digo sólo que es dura.
La yerba mala no muere.
-Tampoco mueren las pulgas.
-¿Se ha arrepentido siquiera?
-¡Quién sabe!
-¿No lo aseguras?
-No sé las cuentas que lleva,
la habitación está a oscuras.
-¿Y no se le oyen los rezos?
-Las quejas.
-¿Y pide ayuda?
-Ayuda, ayuda, sí pide;
pero es al diablo, no al cura.
Demonios es lo que tiene,
que, enfermedades, ninguna.
Salió por fin a la calle
como un guerrero a la lucha.
Sus armas, contra el demonio,
hisopo, incienso y casulla.
-¡Que Dios me ampare, muchacho!
-¡Amén, Señor, Aleluya!
Mariano Estrada. Del libro Tierra conmovida (1986)