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jueves, 21 de enero de 2010

El hombre inadaptado



El hombre inadaptado

A mí me gustaría
llamarme amanecer
o lubricán o yedraluna,
además de saber exactamente
por qué estoy en el mundo.

Pero me llamo Luís Felipe,
que es un nombre vulgar,
y no comprendo cómo
he llegado hasta aquí.

Aquí estoy, sin embargo,
justo a medio camino
entre el ser y el no ser,
o, más exactamente,
el estar y el no estar,
mirando un poco a Escila
y otro poco a Caribdis.
(Por no decir a Pinto y Valdemoro,
lugares nada uránicos,
y poéticamente faltos de pedigrí)

Por lo demás, no tengo
casa propia ni residencia fija.
Los años que he cumplido
se amontonan a surcos en mi frente,
pero me pesan mucho más
los que me quedan por cumplir.
Y aunque ya voy mirando a la vejez,
soy joven todavía, sobre todo
si tenemos en cuenta
que el tiempo es un concepto relativo
y que, desde esta certidumbre,
la edad es un balandro
fiado a los vaivenes de la comparación.

Vivo con luces y con sombras
en una sociedad que no he elegido,
con la que choco a mi pesar
y en la que, muy a duras penas,
consigo estar de pie.
(Lo que viene a decir, supongo,
que tengo un equilibrio
mayormente inestable).

Trabajo solamente
para vivir, y, en cuanto puedo,
irrumpo en los dominios
de la lírica y la contemplación,
que son campos sembrados
de luz, de inmensidad, de vibraciones.
(Es cierto que el trabajo dignifica
a los tocados por la suerte,
pero al tiempo denigra a los demás,
que son muchos y sienten
que la carga es pesada, muy pesada).

No aspiro a tener coche
y, sin embargo, ya he tenido esposa.
Tampoco tengo hijos que me exijan
sacrificios de altura,
ni familia cercana al corazón.
No tengo amigos fieles ni, por tanto,
merecedores de fidelidad.
Sólo algunas personas estimadas
con las que siempre estoy dispuesto
-si el azar me las pone ante los ojos-
a compartir intrascendencias
y a tomar un café.

En resumen, estoy viviendo solo,
en medio de la humanidad
y sin mezclarme con los hombres
más de lo estrictamente necesario.
A veces me pregunto: ¿soy feliz?
Y yo mismo respondo:
¿Por qué se me ha ocurrido esta pregunta
si sé perfectamente que la felicidad
es tan sólo un camino en el que
constantemente se tropieza?
Mirando con los ojos
del corazón, y viendo las heridas
abiertas en el mundo,
¿no crees que es bastante
con no ser desgraciado?

La mayoría de la gente
me tomará por loco,
y a lo mejor lo estoy,
pero si hubiera que elegir
yo no me cambiaría nunca
por ninguno de los que,
sufriendo más que yo y haciendo
cosas mucho más raras,
se consideran cuerdos.

Felices son los tontos,
pero los cuerdos no, los cuerdos
a los que me refiero,
son unos pobres desgraciados
que buscan la felicidad
desesperadamente
a ochocientos kilómetros
de su más inmediata realidad,
sin darse apenas cuenta de que
su corazón se ahoga en gasolina,
que no es vino, ni miel,
ni pétalos de rosa.

Y mientras huyen de sí mismos,
la casa en la que viven, cuyo precio
los convierte en esclavos permanentes,
queda al albur de los ladrones
que un día arramblarán con todo
lo que pillen, pero respetarán
escrupulosamente la hipoteca.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Blog: http://paisajes.blogcindario.com

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