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viernes, 30 de septiembre de 2011

Presentación de "Gotas de hielo". Intervención de José Carlos Gil

       José Carlos Gil, Mariano Estrada y Pepa Llorca. Foto de Javier del Vigo

Presentación de "Gotas de hielo". Intervención de José Carlos Gil

LOS ESTADOS DE LA POESÍA (LOS AMANTES AMADOS), es el título que he escogido para encabezar mi intervención.
A mí me toca ahora la parte más dura de la exposición y por eso quiero pedir disculpas adelantadas por si no acierto el blanco.
Cuando estaba preparando estas notas, reflexionaba sobre las diferencias que existen entre la poesía y la novela, dos géneros diametralmente opuestos, en principio,  pues si con la novela el lector se siente seguro, bien anclado a un espacio fácilmente  transitable, con la poesía no ocurre lo mismo, máxime si el que acude a ella no frecuenta aquellas regiones asiduamente. Uno se siente allí como perdido, un tanto en el aire, libre de amarras  y es esa situación, quizá, la que hace de la poesía un género para minorías.
Luis Rosales afirmaba que para escribir poesía, antes hay que haberla vivido con intensidad. Yo podría decir lo mismo de Mariano Estrada, pues su trayectoria poética así lo demuestra. Y con el título que he escogido para esta presentación trataré de justificarlo también. Por ejemplo, al enfrentarnos con la poesía, tenemos presentes las clasificaciones que nos han ido facilitando los críticos en distintos momentos, estas nos sirven para establecer un canon poético que no siempre favorece a libros y autores, pues en muchos casos fija visiones poéticas estereotipadas que condicionan el devenir histórico de esos textos literarios. Uno de esos estados a los que hago referencia, se relacionaría con  la idea de asimilar la poesía  a los diferentes estados físicos por los que puede atravesar un  cuerpo- sólido, líquido y gaseoso- en función  de lo que es en ella esencial. Así podríamos hablar de  poesía gaseosa,  poesía líquida y  poesía sólida. Eso de gaseosa puede sonar mal, no es que sea una poesía flatulenta, que también podría serlo, sino que   se evapora con facilidad, difícilmente resiste los embates del tiempo, y acaba convirtiéndose en mero juego retórico de nulo peso literario. La segunda habitaría un espacio propicio para la reflexión, una poesía que empapa, que impregna y que deja huella. La última, la sólida, sería aquella en la que yo incluiría el libro de Mariano, aunque, como veremos  a continuación, también participe de la segunda. Es la suya una poesía de peso, no de vuelo, una poesía vitalista, enclavada en la tierra y en el tiempo, enraizada, que se funde con el paisaje, que vive y se alimenta del mismo. Sirvan como ejemplo estos versos, tomados del poema Era solo un almendro, próximos por el tono a algunos del oriolano Miguel Hernández, y  en los que  el poeta expresa el anhelo de comunión con el paisaje, única forma posible de trascendencia:
Y yo cerré los ojos
Para atrapar la miel,
Para guardar en la retina
La imagen del instante,
Que era ya también de las abejas.

 Una  poesía que nos llega desde la raíz, una poesía mineral en muchos sentidos, sería una buena definición, por tanto,  para explicar el sustrato  que da forma a la materia poética del autor vilero-zamorano. Poesía de la intensidad, frente a otras que se pierden entre gran aparato de juegos de artificio y dejan una agradable sensación de vacío en el lector, sirviendo para el consumo indiscriminado de los numerosos gustadores de la nada. Cuando decides acercarte a la poesía de Mariano Estrada, lo haces sabiendo que  no saldrás  indemne del encuentro.

El título del libro, rotundo, Gotas de hielo ¿Qué más sólido, más firme, que el agua detenida, el agua suspendida en el tiempo? y que difícil  resulta apresar el movimiento, fijarlo, aunque ese movimiento sea fruto del dolor y la desesperación. Con este sugestivo título, su autor nos da lo mejor de sí mismo, su tersa poesía derramada en estas exquisitas gotas de hielo con las que  trata de alcanzar la eternidad por la palabra y cito algunos versos del poema homónimo:
Soy un agua apresada en el dolor,
Un hombre con el llanto suspendido.

Si aludo a  la importancia de los títulos es  porque es algo que siempre me ha llamado la atención. Ahí están Azumbres de la noche, Trozos de cazuela compartida, Hojas lentas de otoño o Amores colaterales. Cada uno de ellos lo suficientemente original como para incitar al  lector a hojear el libro, aunque solo sea por la curiosidad de ver que se esconde ahí detrás. Conozco de gente que compra libros por colores o por tamaños, por lo que no debe extrañarnos que otros lo hagan por los títulos.
Si he de ser sincero, no puedo ocultar que cuando llegó a mis manos Trozos de cazuela compartida,   lo primero que  me vino a la memoria fue la imagen de un nuevo Gabriel y Galán, y me sorprendió  que un poeta actual pudiera haber optado por llamar así a un libro de versos. Sin embargo, cuando me decidí a leerlo, aquellos recelos iniciales se quedaron en nada ante la fuerza de los poemas allí contenidos y  me enseñaron una vez más que un título puede ser importante, pero no deja de ser más que eso, un hito puesto en el camino  a recorrer.
Si me detengo aquí, es porque hay un poema en Gotas de hielo que  tiene un título enormemente sugerente, Los amantes amados, un título que me ha hecho pensar en otro libro de Mariano, Amores colaterales, porque en  ambos  se  recoge la idea de pluralidad, de multiplicidad de la poesía, de ese juego de espejos en que puede transformarse el poema, y es que  al leerlos no debemos incurrir en el error de creer que el autor está dándonos su biografía en esos versos, allí se nos exige entrever más bien las máscaras sucesivas con las que el poeta convive y por las que se desvive para dar forma a su propia geografía lírica. El poeta es indistintamente sujeto  y objeto, amante y amado, en una sucesión de seres e imágenes fingidos que toman de la vida sólo aquello que les interesa, pero que alcanzan una realidad plena en el poema, que se convierte así en nexo entre literatura y realidad. Porque al recordar, el poeta reescribe lo vivido, pero esa reescritura de la vida es también fingimiento e impostura.  Decía al respecto Caballero Bonald: “Ningún escritor es capaz de evocar lo que ha vivido sin incurrir en alguna desviación engañosa o consecuentemente equívoca”. Y no puede haber título más apropiado que este, para dar forma a esa idea de pluralidad que venimos comentando, pues esa voz del amante satisfecho, del que ama y a su vez es amado también, da paso en otros tantos poemas a la del  poeta herido, dejando en esos versos un poso de tristeza que es el resultado  del  desgarro afectivo y la desesperación que padece el poeta, que va construyendo así un sinnúmero de personajes poéticos:
LOS AMANTES AMADOS
Leves rayos de luna
Traspasan la barrera
Elemental de los cristales
Poniendo claroscuros en tu cuerpo.
Hay quietud en la casa
Y en el mágico mundo
De las cosas que nos rodean.
Tan solo yo, por los caminos
Inciertos de la noche,
Me acerco a ti, que duermes
El sueño complacido
De quien tiene la fuerza del amor.
Desde la calma del amante
Recientemente amado,
Te miro sin codicia,
Pero con mucha devoción,
Con infinito gozo.
Estás desnuda,
Con la expresión hermosa
De una mujer amada,
Una mujer que entrega
El corazón desde una
Intensidad correspondida.
Me acomodo a tu lado
Y arropando tu cuerpo con el mío,
Escucho tu respiración
Acompasada, casi musical,
Hasta que el alba me bendice
Con un sueño de miel, el prodigioso
Sueño de quien se siente amante,
Amado y satisfecho.
Siguiendo con esa idea apuntada ya al principio de entender la poesía como si de un proceso físico se tratase, con sus diversos estados, encuentro que el libro que ahora nos ofrece Mariano, es una muestra también de los estados del hombre, de esa multiplicidad de “yos” que coexisten en el poeta y  a los que este presta voz en el poema. Si citábamos antes Los amantes amados, como ejemplo de la existencia múltiple del poeta, amado y amante, sujeto y objeto, pero desde una visión positiva del amor, en otro poema, Te buscaré, esa plenitud amorosa del yo/poeta será sustituida aquí por una visión exasperada del amor y es por eso por lo que el lenguaje se torna duro, áspero, hiriente, y por lo que  las palabras se enturbian, se oscurecen, tratando de reflejar la incertidumbre de un ser desnortado,  lo que obliga   al poeta a buscar las herramientas léxicas que le sirvan para poder expresar tanto dolor y  creo que el resultado es más que satisfactorio, como atestiguan estos versos:
Perseguiré tu sombra.
Vagaré por ahí, por los suburbios
Inhóspitos del desconsuelo.
Oleré tus perfumes
En la espesura íntima
De los escombros, esas
Flores depositadas
En los fermentos
Finales de la noche.
Hundiré mis pupilas
En los ojos inconsolables
De los perros abandonados,
En la respiración convulsa
De algún sueño abatido.

No hace falta profundizar mucho para entender la enorme diferencia existente entre el lenguaje utilizado por el poeta en el poema anterior y el utilizado en este. La  luna, la miel, la devoción, la quietud, la satisfacción, el sueño complacido, la respiración acompasada, son ahora sombra, suburbio inhóspito, escombros, ojos inconsolables de perros abandonados, sueño abatido, respiración convulsa. He aquí por tanto la doble cara de una misma moneda, ese juego de espejos que mencionábamos antes.
El “locus amoenus” que para el poeta supone el cuerpo de la amada, es sustituido por un mundo en ruinas en el que los elementos y seres que lo habitan son retratados como criaturas hostiles en un mundo hosco.
Los estados de la poesía, son también, como decía, los estados del poeta, que son aquí múltiples y cambiantes  y que van del amor al desamor, del consuelo  a la desesperación, sin olvidar el fuerte vínculo  que existe entre la poesía de Mariano y el paisaje, sea este el de su Muela de los Caballeros natal, o el de su Villajoyosa adoptiva, con ese mar Mediterráneo lamiendo sus orillas con el que tan identificado se siente el poeta y que se refleja tan bien estos versos tomados de Al amor por el mar:
Consciente de ser hombre,
He mirado el azul
Catártico del mar
Y en las paredes palpitantes
De la respiración-en las que el aire
Penetra y se transforma-
He sentido la vida.
También en Amanecer, el mar sirve de escenario al poeta que, de nuevo, funde o confunde amor y paisaje, pero ahora el mundo no es un lugar inhóspito, como ocurría en Te buscaré, aquí el poeta se pasea por esos espacios íntimos con la palabra/(que es luz)luz en la mano, para mostrarnos un mundo que “duerme/ felizmente desentendido”, ese mundo bien hecho que ensalzaba Guillén en las primeras ediciones de Cántico, aunque siempre planee una sombra de desconcierto que solo “la claridad y el ruido/que son propios del día” pueden eliminar.
Son muchos los temas y tonos que se advierten en el libro, amor, paisaje, dolor….. y por eso quiero invitar a los asistentes a que tomen asiento, se pongan cómodos y lean estos poemas con la tranquilidad suficiente como para poder apreciar la difícil sencillez que se esconde detrás de cada verso, pero no quería concluir sin antes detenerme en un poema que difiere un tanto del resto por las múltiples posibilidades interpretativas que ofrece. Este poema es Nocturno  y aquí, la ironía, la crítica, conviven con un cierto dejo intimista que remite en ocasiones, aunque creo yo que más como juego literario que como actitud sincera, a esos nocturnos románticos en  los que el poeta reflexionaba sobre el ser  mientras contemplaba el paisaje anochecido.
Estos versos abren el poema:
He salido a la noche
a perderme en los parajes
interminables de la soledad
y echar mis pensamientos a la luna.
Creo que no se deben tomar muy en serio estas palabras del poeta, pues como ya dije antes, este que aquí habla es solo una de las numerosas máscaras  que el autor utiliza y aquí comprobaremos como otras muchas  se irán superponiendo a la que ahora toma la palabra.
Y dice más abajo:
Luego cantan los grillos
Que, numerosos e invisibles,
Ocupan los solares
Pendientes de especulación.
(Por cierto,
No sé que harán los grillos cuando
Alguien los cambie por alguna
Solución habitacional.)
Asimismo, me encuentro con alegres
Cucarachas escurridizas
Que se mueven en torno a las grasientas
-y a veces olorosas-
Basuras de los restaurantes.
La crítica social es aquí abierta, el lirismo que preside otros poemas de corte más intimista es sustituido aquí por un lenguaje prosaico, con algún giro eufemístico, como esa solución habitacional, que el autor toma de su profesión y  que produce una quiebra evidente en el ritmo y en el tono del poema. Repárese también en esa digresión que aparece entre corchetes y que abunda más en lo que venimos diciendo. La palabra aquí no solo sirve para hermosear la realidad, también la denuncia, y para conseguir tal fin, el poeta no duda en recurrir al sarcasmo y a la ironía.
En ese paseo lírico el poeta introduce también numerosas reflexiones con un carácter más filosófico en las que la realidad observada parece discurrir en tiempos distintos, en una especie de acronía que sirve para intensificar el carácter digresivo del discurso, como demuestran estos versos:
Yo percibo estas cosas
En un plano difuso
De la conciencia,
Con la excepción, acaso, de las ranas
Croando bajo el puente,
Porque son algo así
Como un anacronismo
Que rompe en dos mitades
No la propia ciudad, ya rota
Por el río, sino la misma vida:
El pasado, tan simple,
Tan natural y tan mestizo.
Y el presente, tan sordo y tan autista,
Tan sumido en el fárrago y el vértigo.                              
Y aquí podemos apreciar claramente como el poeta no se refugia en la palabra para vivir una realidad distinta y ajena, las utiliza para mostrarnos su inmersión en una realidad fácilmente perceptible por el lector, aunque luego cambie rápidamente ese tono serio y meditabundo por otro más jocoso en el que establece un diálogo con la noche, para jugar con esos tópicos del romanticismo patentes  en  estos versos que tanto recuerdan a Bécquer, estableciendo un diálogo con su obra anterior,  referencialidad e intertextualidad que sirven para ofrecer una muestra al lector de la evolución operada en una obra alejada ya de un barroquismo exaltado del que quedan ya escasas huellas:
¿Y lo preguntas tú,
“luciérnaga interior
De mi postrado luto?
Son estrellas que encienden en el pecho
Los fuegos que devora el corazón”.
Ya hacia el final del poema el poeta vuelve a abstraerse de la realidad circundante para ofrecernos un espacio mucho más íntimo y ya desprovisto del prosaísmo que presidía otros versos:
“Mientras me huele la acaricio
La luna se derrama sobre el mar
Con la totalidad de su belleza.”
Aunque al final vuelva a surgir de nuevo la ironía:
Pero a mí ya me ha dado,
Tal como acabo de decir,
Hora y media de íntima locura.
Hora y media que espero que no haya sido tal para los asistentes, a los que agradezco enormemente la paciencia que han tenido para aguantarme.

Nota:
José Carlos Gil es licenciado en filología y profesor de literatura del Instituto “La Malladeta” de Villajoyosa.

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