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sábado, 17 de marzo de 2012

El porro



Tomada de internet sin ánimo de lucro

El porro

Tenía 20 años y no había oído hablar de los porros. ¡Oh, what a stupid man! –me dijo un día una chica americana, llamada Helen, que quiso obtener de mí lo que yo no podía darle-. En realidad, la primera vez que oí hablar de los porros creí que quien los mentaba se refería, erróneamente, a los tizones de la lumbre o a los verdosos tallos de los ajos o las cebollas, a los que en casa llamábamos puerros. En mi descargo diré que, en aquella época ingenua -y sin embargo malvada-, de nuestra historia (últimos años 60),  los porros solo eran conocidos por una pequeñísima parte de la sociedad, que se localizaba fundamentalmente en las universidades, que entonces eran pocas, y en los sectores que de una u otra forma tenían contacto con el exterior, algo que no es fácil de cuantificar. Y fue precisamente un compañero de la universidad el que me habló un día de ellos, de los porros, y lo hizo para decirme que había fumado unos cuantos y que había alucinado en colores.

Y no es que no creyera a mi compañero, que lo hice a pies juntillas, sino que no me enteré mucho de lo que hablaba, ya que ni siquiera sabía lo que era alucinar en colores. Supuse íntimamente que era algo así como lo que ocurría cuando fumábamos hojas secas de espino envueltas en papel de periódico, que estaba entre las cosas que hacíamos los niños de los pueblos a la edad de ir a la escuela. O sea, un picor bestial en la garganta y, después, si eras primerizo, un impresionante desequilibrio en la cabeza ¿Cómo un gran mareo? Sí, un mareo que te tumbaba.

Mi compañero no insistió tampoco demasiado, así que volví a pasar un tiempo en la inopia, que es el lugar donde vivíamos entonces la inmensa mayoría de los españoles, y ahora no me refiero solo a los porros. En la inopia, o en Babia o en la higuera, que tanto da, aunque de hecho vivieras en la calle Gaztambide, en el Paseo de la Habana, en el barrio de San Frontis de Zamora o en el muy noble sitio de La Almunia de Doña Godina, Zaragoza, de donde eran algunos de mis amigos, que, por supuesto, sabían aproximadamente como yo: muy poco, a pesar de que uno de ellos presumiera de leer a Miguel Hernández y de tener ciertas noticias, siempre nebulosas, de una tal Dolores Ibárruri, La Pasionaria, lo que era casi vox populi.

El caso es que éramos todos unos cándidos ¿Todos… todos? Bueno, todos, no. Aunque poca, había alguna gente informada. Luego estaban los cínicos, los opresores, los militares, los políticos, los curas, los carceleros, los verdugos…

Hay que decir, además,  que yo procedía de un internado de dominicos, ubicado en La Virgen del Camino, León,  donde ni siquiera estaba permitido fumar -ahora me refiero al tabaco-, y las personas que había tratado después: en Zamora, Salamanca o Madrid, tenían la misma información al respecto que yo, es decir, ninguna ¿Cómo es posible tener desinformados a treinta y pico millones de personas durante tanto tiempo? Lo sé, lo sé, en China hay mil millones de desinformados actualmente y estamos en la era digital…

Yo estudiaba en la Escuela de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid y allí jamás vi un porro. Residí en varias pensiones en las que había gente de muy distinto pelaje y allí jamás vi un porro. Frecuentaba las zonas de ambiente de Madrid y allí jamás vi un porro. Viví en una residencia de trabajadores de la Ciudad Lineal y allí jamás vi un porro. Viví en la  residencia universitaria San Fernando, en Arturo Soria, y allí jamás vi un porro. Viví en un pueblo de Zamora, llamado Muelas de los Caballeros, y allí jamás vi un porro. Hice las milicias universitarias en el campamento General Martín Alonso de Talarn, Lérida, y en La Escuela de Artillería de Fuencarral, Madrid.  Y allí jamás vi un porro. Finalmente, hice las prácticas de las referidas milicias en el Parque de Automóviles de Torrejón de Ardoz y allí jamás vi un porro.

¿Se puede decir, en consecuencia, que existían los porros en España? Claro que se puede ¿Dónde estaban, entonces? No lo sé, aquí y allí, escondidos en las madrigueras de los consumidores o de los proveedores, pero repito: yo no vi ninguno. Téngase en cuenta que, en aquellos duros tiempos de la dictadura, las drogas que no había estaban ferozmente penalizadas.

Y lo más curioso de todo es que tampoco los olí –sigo refiriéndome a los porros- y todos sabemos cómo huelen. Y cuánto. Por cierto, huelen perfectamente mal. Nada que ver con el llamado tabaco de pipa, que a mí me tenía encandilada la pituitaria. Mi compañero me dijo que había fumado porros y ya está, lo demás fue un acto de fe ¿Sería yo un pardillo? Seguramente ¿Y un cándido? Sin duda ¿Y un tonto? También, también, porque feliz sí era… Por cierto, las cosas que he visto después me han hecho ser dos tontos, como a Alberti.

Fue a partir de 1972 cuando las noticias sobre los porros empezaron a tener una frecuencia creciente que, con el paso del tiempo, se volvió realmente exponencial, hasta llegar a los años ochenta en los que el porro se había metido de lleno en todos los segmentos de la sociedad, o casi, y llegaba a los lugares más recónditos que puedan ser concebidos o imaginados, incluidos aquellos en los que la hierba, como todo el mundo sabía, nacía libremente en los valles, los prados y los montes y lo hacía únicamente para embellecer los paisajes y servir de alimento a los caballos, a los burros, a las vacas, a los corzos, a las ovejas…

En aquellos años, las drogas que mayoritariamente se consumían en España eran los derivados del cannabis y fundamentalmente el hachís: esos tricomas de la flor que se convierten en una piedra dura de colores oscuros -entre marrones y rojizos-, y luego se malea con el calor y se mezcla convenientemente con el tabaco. Los expertos la llaman haschisch y dicen que es una droga psicoactiva. En los países productores se suele fumar en pipa, pero aquí no, aquí se fuma en porros, o canutos o petardos, con lo que pierde bastante en elegancia, si es que alguna puede tener, que yo lo ignoro. El hachís procedía de Marruecos (Valle del Rif), aunque también se producía, y se produce,  en Afganistán, Líbano, Nepal, La India….

Los jóvenes que hacían la mili en El Aaiún, Sahara Occidental, volvían a casa con una información detallada de esta droga y en muchísimos casos con un profundo conocimiento de la misma, ya que se habían vuelto entusiasmados consumidores, y a veces en cuantía mayor. La marihuana y el LSD empezaron a popularizarse en España un poco después, asociados al pop y a la psicodelia. También apareció la heroína, que llegó ligada al Heavy, y la cocaína, que en cierto modo la sustituyó y ahora es tal vez de las que más se consumen. Y ya en la época de los 90 se introdujo el éxtasis y otras drogas sintéticas, todas ellas asociadas a algún tipo de música. El éxtasis, por ejemplo, estaba asociada al bakalao.

Y lo dejamos ahí, en el hachís, porque es ahí donde entronca justamente el soneto que dejo a continuación. Por otra parte, este no es un estudio sobre las drogas, cuyo consumo data de miles de años atrás y cuya historia es realmente prolija, pero está ampliamente documentada en internet, sino un simple comentario sobre los porros elaborados con esta sustancia, que eran los que se consumían mayoritariamente en la época en que situé mentalmente el soneto.

Por circunstancias que no hacen al caso, en los años ochenta yo conviví  a ratos con gente que no solo le daba mucho al porro, sino que lo hacía a todas horas. Eran más jóvenes que yo, pero me admitían en su grupo sin reservas, a pesar de que sabían perfectamente que yo no bebía alcohol y que fumaba solamente tabaco, dos drogas que entonces no se consideraban como tales.

Tengo que decir que aprendí mucho de aquellos jóvenes, aunque para ello tuve que hacer algunas cosas que no me producían  precisamente felicidad. Por ejemplo, coger el coche a la una de la mañana y, con cuatro sombras dentro –más la mía-, recorrer ciento y pico kilómetros para ir a buscar un pedrusco de hachís que ellos necesitaban con urgencia para poder calmar sus ansias aquella noche de luna y de verano. Ellos no disponían de vehículo y se habían quedado asperges y sin novia. ¿No pude, no quise o no supe negarme?  No sé, pero lo cierto es que fue un viaje muy chungo, porque, además de que la carretera era mala,  la vuelta tuve que hacerla completamente solo, es decir, con esas cuatro sombras que, al margen de la mía, se pusieron de droga hasta las hélices y se olvidaron completamente del mundo. Y, lo que es peor, de mí. Menos mal que estaba la música y ella me sirvió para entretenerme en la soledad nocturna de la carretera. Y también para quitarme las telarañas del sueño, pues, como buenos trasnochadores, llegamos a casa a la hora intempestiva e imprudente de la salida del sol.

Fue en el verano del 82. Miguel Ríos arrasaba en las ondas, pero a ellos les gustaban  los Rolling, Duran Duran, Queen, Barón Rojo y otros grupos o bandas que también se oían bastante en la radio. Sin embargo, yo llevaba un casete e iba oyendo a The Police, a Barry White, a Alan Parsons Project…Cada loco con su tema, como diría el Noi del Poble Sec, aquel que cantaba a Machado y a Miguel Hernández, el que se escondía tras las cañas del Mediterráneo para jugar al amor.

Un abrazo

El porro

De todos los venenos que inoculo,
hay uno con la tinta disociada:
Si sigo con su rollo no soy nada,
si dejo la movida voy de culo.

Así que en el dilema me pendulo
y voy del colocón a la frenada;
los aires de señor y la mirada
al loro de una china de cien duros.

Y ya me viene inflando el cachirulo
tener que ventilar en la parada
el coco bipolar con que especulo.

De modo que me engancho a la cambiada
y monto en una “depre” exagerada
que me hace colindante de lo nulo.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

2 comentarios:

  1. Hola Mariano, por fin pude entrar, ya lei lo que cuentas sobre el porro. creo que es muy personal para poderlo escribir en el post de la comunidad que yo suelo escribir. Un abrazo y gracias por tus poemas tu amiga Chabela.

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  2. Es cierto, Chabela, hay cosas que son personales e intransferibles, y me estoy refiriendo al relato. El poema, en cambio, no nace de una experiencia personal, sino de experiencias ajenas. Yo solo me puse en el lugar del otro, de los otros.
    Gracias y un abrazo

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