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jueves, 8 de noviembre de 2012

Cabo de año



Panorámica de Muelas de los Caballeros. Foto Fernando Medrano


Cabo de año

Muelas de los Caballeros, hora incierta de la tarde, octubre de 1995.

La tierra está mojada y satisfecha, el cielo va del claro al oscuro, hace frío, el cuerpo tirita levemente. Una lluvia serena y minuciosa ha dejado sus gotas en la hierba y en las hojas maduras de los árboles. Sobre este paisaje de belleza reconocible, en el que abundan los robles y brillan las pizarras de los tejados, se depositan de golpe las vivencias acumuladas en los anchos almacenes de la memoria. Y de pronto se percibe una paz que emana con dulzura de las profundidades del espíritu. La tarde camina hacia la noche, pero ya los ojos, que han mirado hacia adentro y hacia afuera, se sienten plenamente reconfortados.

Cabo de año

1

He vuelto a penetrar
los mesenterios otoñales
donde tienen las hojas del dolor
su atemperada alfombra.

Allí,
tras la espesura del boscaje,
en esa extensa paz
que perpetúa el roble,
he visto el rodrigón
de la palabra antigua, el angosto
carril de la inocencia,
los raigones del sueño.

Y he sentido la noche
como acequia de sangre.
Y he palpado la sombra
en su verdad oscura.
Y he mirado el reverso de la luz
-tal vez su pertinaz fotografía-,
en mi conciencia íntima de tierra.

Pues tierra es
-y tierra sazonada-
el lento mar de otoño
que se abre a esta colina,
este monte de carne vegetal
y de algodones verdes, este
valle de lágrimas y omero.


2

Laderas del amor, paisajes
de brezo y de pizarra,
ramas líricas, altos contraluces
de castaño y de muerte.
                          
Robledales maduros, postraciones
gozosas de la vida, castros,
cortezas de la miel, hogares
                  en ciernes de la abeja....

Y la lluvia...
Esta lluvia final
sobre el tejado del molino
cuyos musgos estancos, como
calzos heroicos de la ruina,
prometen tarabillas de calor
en la granuja de la muela,
tolvas de roble intemporal, quejumbres
de trigo y de rodezno,
harinas cenitales, posos
de pan en que el dolor se ahoga...

¡Oh!, sangre, vid desparramada,
memoria mineral
              en su sazón de muerte.
En su sazón de muerte, nunca
                                  en el olvido.

Del libro “Poemas huérfanos”

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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