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viernes, 9 de septiembre de 2016

El mar, un homenaje a Alberti en su retorno del exilio (1977)



Acantilado entre las playas Bol Nou y Paraíso, Villajoyosa. Foto: M. Estrada


El mar, un homenaje a Alberti en su retorno del exilio (1977)

El mar está metido en la sangre de mucha gente. ¿Será por eso por lo que hay tanta gente salada? Los que nacimos al lado de un río, sin embargo, tenemos azúcar en la sangre.

Para el poeta Rafael Alberti, que nació en el Puerto de Santa María, Cádiz, el mar fue casi una obsesión, especialmente porque no acabó nunca de saber si era niño o niña. Véase la dualidad establecida para siempre en estos versos del libro “Marinero en tierra” (1924), con el que, en 1925, obtuvo el Premio Nacional de Literatura.


El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

Allá por el año 77 del siglo pasado, coincidiendo con el inicio de la Transición de la Dictadura de Franco a la Monarquía parlamentaria de nuestros días, Alberti regresó del exilio al que voluntariamente se había sometido al término de la Guerra Civil y en el que se mantuvo un largo tiempo. Tras su paso por varios países (París, Chile, Argentina), en el momento preciso de su vuelta se encontraba en la Ciudad Santa, nueve años después de haber escrito “Roma, peligro para caminantes” (1968)

La gente de la cultura, especialmente la de la izquierda -como es lógico, ya que Alberti militaba en el Partico Comunista de España-, le recibió con verdadero entusiasmo, un entusiasmo que, a mi modo de ver, relegaba bastante el aspecto poético-literario en beneficio del político-social. De hecho, en 1977, Alberti se presentó a las elecciones al Congreso por el Partido Comunista y salió elegido diputado por Cádiz. Eso sí, renunció posteriormente a su escaño para dedicarse a sus actividades literarias y pictóricas.

Además del Premio Nacional de Literatura (1925), obtuvo el Premio Nacional de Teatro (1980), el Premio Cervantes (1983), el Premio Roma de Literatura (1991) y numerosos reconocimientos provinciales, nacionales e internacionales. Renunció, sin embargo, al prestigioso Premio Príncipe de Asturias, que es un galardón importante, debido a sus no menos importantes convicciones republicanas, que bien se ve que eran fuertes.

El 28 de octubre de 1999 murió en su casa de El Puerto de Santa María, ciudad en la que había nacido en el año 1902. Sus cenizas fueron esparcidas por el mar, aquel mar de la infancia que había cantado en su libro "Marinero en Tierra" (1924)

En aquellos días gozosos de 1977, que jamás volveremos a vivir, yo le dediqué un poema en el que trataba de recoger el entusiasmo que había producido su regreso a “Las tierras, las tierras, las tierras de España; las grandes, las solas, desiertas llanuras”. Unas tierras que habían cambiado bastante desde que él escribió esas palabras para arengar a los soldados que combatían por la República y en las que, de una forma o de otra, galopaba el jinete del pueblo.

Alberti fue recibido con un entusiasmo fervoroso que, sin embargo, según he dicho antes, olía más a mitin político que a recital de poesía. No obstante, por encima de todas esas cosas, de la figura literaria del poeta -además de unas guedejas blancas-, colgaba la aureola del mar.

El mar
                      A Rafael Alberti
                      en su retorno del exilio.

Huele a mitin.
Está el pueblo encaramando
la bandera.

Soplan vientos militantes,
mensajeros de palomas
mensajeras.

Urgen vientos de palabras
que habilitan
los salones en desuso
de la lengua.

Huele a mitin.
Está el toro acribillando
las barreras.

Y los puños en el coso
de los años, solicitan:
¡Libertades! ¡Libertades!
Pero piden la garganta
de la fiera.

Y yo busco una palabra
más humana. Una sola,
que me diga que hay poetas.

Que me llegue a los sentidos
salvadora. Desgarrada,
como el sol entra en la selva.

Pero solo en este olvido
de hombre a hombre,
se oye el mar:
¡El mar!... ¡Él es el poema!

Del libro “Mitad de amor, dos cuartos de querencias” (1984)

Mariano Estrada, 09-09-2016

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