Acantilado entre las playas Bol Nou y Paraíso, Villajoyosa. Foto: M. Estrada
El mar, un
homenaje a Alberti en su retorno del exilio (1977)
El mar está metido
en la sangre de mucha gente. ¿Será por eso por lo que hay tanta gente salada? Los
que nacimos al lado de un río, sin embargo, tenemos azúcar en la sangre.
Para el poeta
Rafael Alberti, que nació en el Puerto de Santa María, Cádiz, el mar fue casi
una obsesión, especialmente porque no acabó nunca de saber si era niño o niña.
Véase la dualidad establecida para siempre en estos versos del libro “Marinero
en tierra” (1924), con el que, en 1925, obtuvo el Premio Nacional de
Literatura.
El
mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
El mar. ¡Sólo la mar!
Allá por el año 77
del siglo pasado, coincidiendo con el inicio de la Transición de la Dictadura
de Franco a la Monarquía parlamentaria de nuestros días, Alberti regresó del
exilio al que voluntariamente se había sometido al término de la Guerra Civil y
en el que se mantuvo un largo tiempo. Tras su paso por varios países (París, Chile,
Argentina), en el momento preciso de su vuelta se encontraba en la Ciudad
Santa, nueve años después de haber escrito “Roma, peligro para caminantes”
(1968)
La gente de la
cultura, especialmente la de la izquierda -como es lógico, ya que Alberti
militaba en el Partico Comunista de España-, le recibió con verdadero
entusiasmo, un entusiasmo que, a mi modo de ver, relegaba bastante el aspecto
poético-literario en beneficio del político-social. De hecho, en 1977, Alberti
se presentó a las elecciones al Congreso por el Partido Comunista y salió
elegido diputado por Cádiz. Eso sí, renunció posteriormente a su escaño para
dedicarse a sus actividades literarias y pictóricas.
Además del Premio
Nacional de Literatura (1925), obtuvo el Premio Nacional de Teatro (1980), el
Premio Cervantes (1983), el Premio Roma de Literatura (1991) y numerosos
reconocimientos provinciales, nacionales e internacionales. Renunció, sin
embargo, al prestigioso Premio Príncipe de Asturias, que es un galardón
importante, debido a sus no menos importantes convicciones republicanas, que bien
se ve que eran fuertes.
El 28 de octubre
de 1999 murió en su casa de El Puerto de Santa María, ciudad en la que
había nacido en el año 1902. Sus cenizas fueron esparcidas por el mar, aquel
mar de la infancia que había cantado en su libro "Marinero en Tierra"
(1924)
En aquellos días gozosos
de 1977, que jamás volveremos a vivir, yo le dediqué un poema en el que trataba
de recoger el entusiasmo que había producido su regreso a “Las tierras, las
tierras, las tierras de España; las grandes, las solas, desiertas llanuras”.
Unas tierras que habían cambiado bastante desde que él escribió esas palabras
para arengar a los soldados que combatían por la República y en las que, de una
forma o de otra, galopaba el jinete del pueblo.
Alberti fue
recibido con un entusiasmo fervoroso que, sin embargo, según he dicho antes,
olía más a mitin político que a recital de poesía. No obstante, por encima de
todas esas cosas, de la figura literaria del poeta -además de unas guedejas
blancas-, colgaba la aureola del mar.
El mar
A Rafael Alberti
en su retorno del exilio.
Huele a mitin.
Está el pueblo
encaramando
la bandera.
Soplan vientos
militantes,
mensajeros de
palomas
mensajeras.
Urgen vientos de
palabras
que habilitan
los salones en
desuso
de la lengua.
Huele a mitin.
Está el toro
acribillando
las barreras.
Y los puños en el
coso
de los años,
solicitan:
¡Libertades!
¡Libertades!
Pero piden la
garganta
de la fiera.
Y yo busco una
palabra
más humana. Una
sola,
que me diga que
hay poetas.
Que me llegue a
los sentidos
salvadora.
Desgarrada,
como el sol entra
en la selva.
Pero solo en este
olvido
de hombre a
hombre,
se oye el mar:
¡El mar!... ¡Él es
el poema!
Del libro “Mitad de amor, dos cuartos de querencias”
(1984)
Mariano Estrada,
09-09-2016
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