Mariano Estrada, Villajoyosa, finales 70. Foto Rosa Corrales
La vida al final de
los 70
No es que jugáramos al escondite, jugábamos a la felicidad.
Paseábamos por la playa, nos hacíamos fotos entre las rocas, en los espigones
del puerto. Nada nos perseguía, nada nos agobiaba, el tiempo era un aliado
seguro, el sueño era percibido como posible, la esperanza era una promesa con
fundamento, las noches no tenían presagios ni sobresaltos…
No sé hasta qué punto éramos conscientes de nuestra vida,
pero vivíamos con más certezas que dudas, con más alegrías que tristezas, con más
sonrisas que lágrimas. Los problemas eran siempre solubles. Los caminos eran
todos transitables y llevaderos. Al final de un propósito no había nunca una
negación o una muralla, sino una meta de satisfacción, un sueño que se cumplía.
¿Y no nos faltaba nada de nada, señor optimista retroactivo?
Claro que sí, nos faltaba casi todo de todo, pero teníamos paciencia, teníamos
sosiego, teníamos fe, teníamos confianza, teníamos ilusión, teníamos futuro…
Es un dato realmente asombroso. No todo el mundo llegaba a
fin de mes, pero nadie dudaba del futuro.
Mariano Estrada
Del libro La magia de lo auténtico: una visión lírica de Villajoyosa (2017)
Del libro La magia de lo auténtico: una visión lírica de Villajoyosa (2017)
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